miércoles, 20 de marzo de 2013

¿Cuánto tiempo evadirá la PGR a García Luna?


Ya con la denuncia penal interpuesta por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) contra Genaro García Luna, lo que se espera es que la Procuraduría General de la República, que comanda Jesús Murillo Karam, tome el toro por los cuernos y deje de darle vueltas al asunto.

 Las pruebas presentadas por el organismo que encabeza el ombusdman nacional, Raúl Plascencia Villanueva, no sólo contra el ex poderoso policía de la administración de Felipe Calderón Hinojosa, sino contra 20 funcionarios más de la extinta Agencia Federal de Investigación (AFI), son contundentes como para que la investigación fluya sin pretextos. 

Desde el inicio del sexenio de Enrique Peña Nieto y, en particular, a partir del pasado 23 de enero, cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) ordenó la liberación de la supuesta secuestradora Florence Cassez Crepin, la opinión pública no ha dejado de reclamar por justicia. García Luna es señalado como el responsable directo de las irregularidades y violaciones a los derechos humanos de la francesa, que dieron pie su liberación, luego de siete años de permanecer encarcelada en México.

Para los paisanos que andan fuera del terruñó:


Remate Dominical
La Plazuela en sí misma es una atracción histórica para quienes tienen la curiosidad de investigar sus antecedentes. Comenzando de izquierda a derecha, en la esquina superior izquierda es claramente visible la cúpula de lo que en su momento fue el Convento de los Dominicos.
Sábado 16 de Marzo de 2013 a las 6:19 p.m.
Remate Dominical / Veracruz, Ver. 
.- Plazuela de la Campana

( Hnos. Pérez de León | Veracruz, Ver. ) ¡Vaya imágenes las de hoy, amigos lectores! Para quienes transitan con frecuencia por los callejones del centro de la ciudad la vista les resultará bien conocida. Sí, se trata de la llamada Plazuela de la Campana, la que se ubica en el cuadrante formado por las avenidas Independencia y Zaragoza y las calles de Arista y Serdán.

"QUIEN NO SABE MENTIR NO SABE GOBERNAR"

"QUIEN NO SABE MENTIR NO SABE GOBERNAR"

Martes 19 de Marzo de 2013
Lic. Guillermo Ingram García

1:01 a.m.

Según esto, la frase, título de la presente "calumnia" es uno de los muchos principios que mi cuate Maquiavelo dejó en su obra máxima (sólo escribió dos libros): "El Príncipe". Que por cierto, no recuerdo si se los platiqué, pero, el otro día encontré un libro que no había visto desde que era yo adolescente, hurgando en una librería me topé con "Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu", de Maurice Joly, me lo estoy saboreando hoy a mis 59 febreros y está mejor ahora que cuando le leí siendo un chamacón. Toda una crítica a Napoleón III en su tiempo y momento, motivo por el cual la obra fue incautada y el autor dejado en la banca rota, motivo por el cual se suicidó. Si mal no me acuerdo, el autor en esta obra se pitorrea del teórico de la división de poderes porque alega será siempre el "Príncipe", o sea, la voluntad del político, la que prevalecerá.

Roger Bartra - Conversiones frenadas

Abandonar la idea de revolución es uno de los pasos que más dudas generan en los intelectuales que se consideran progresistas. Si parafraseamos a Walter Benjamin, podemos decir que la revolución tiene un aura, como las obras de arte, que se desgasta cuando se pasa de una fase en que la idea es objeto de culto a otra en la que la idea es exhibida como espectáculo. Benjamin liga esta transición al advenimiento de la posibilidad técnica de reproducir las obras de arte. Durante el siglo XX la idea de revolución se ha reproducido de tal forma que ha acabado siendo una noción conservadora y estereotipada. Un buen ejemplo de ello lo encontramos en México, donde muchos intelectuales se han resistido tercamente a abandonar el culto revolucionario. Me gustaría considerar brevemente el caso de Octavio Paz, aprovechando el libro Redentores, de Enrique Krauze, que es un meticuloso y apasionante estudio de las conversiones políticas en América Latina. Krauze se pregunta: ¿cómo se pasa de la redención a la democracia? ¿Cómo se renuncia a la revolución para abrazar el liberalismo?

Octavio Paz sufrió una lenta conversión que lo alejó de sus convicciones radicales juveniles. Krauze examina también otros dos casos paralelos, en los que encontramos el ejemplo paradigmático de una transformación casi perfecta (Mario Vargas Llosa) y la situación de un escritor que tercamente se ha negado a abandonar su castrismo (Gabriel García Márquez). La vida de Octavio Paz no se deja reducir a ninguno de estos dos extremos y Krauze se propuso investigar los laberínticos vínculos de Paz con la revolución. El resultado es una de las más agudas críticas que se hayan hecho al pensamiento político de Paz, una crítica sin embargo atenuada por la gran admiración que siente Krauze por el poeta. Para Krauze, Octavio Paz no logró culminar su travesía liberal y se mantuvo siempre, hasta el final, como un revolucionario. No abandonó nunca totalmente su vocación redentora.

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Una anécdota es reveladora. A principios de los años noventa, durante una cena, el escritor José Luis Martínez, buen amigo de Paz, le dice: “Octavio, tú en realidad nunca fuiste revolucionario.” Paz se indignó enormemente. Krauze comenta que Paz “había practicado la Revolución a través de la poesía y el pensamiento” y considera que en el poeta hubo siempre una llama revolucionaria viva. Por ello Krauze afirma que “la democracia liberal no podía saciar a Paz. Era demasiado insípida y formal”.

Esto no quiere decir que Paz hubiera quedado anclado en su marxismo y su cercanía a los comunistas de los años treinta y cuarenta. No se había atrevido a defender a André Gide cuando el escritor francés fue atacado en España por haber denunciado la represión estalinista, en el congreso de escritores de Valencia. Siempre lo lamentó. En cambio sí tuvo el coraje de confrontar el dogmatismo de Pablo Neruda, que en los años cuarenta era cónsul de Chile en México. Sin embargo, en esa época, dice Krauze, Paz “seguía arraigado sentimentalmente, en la revolución campesina y zapatista, e ideológicamente a la Revolución mundial profetizada por Marx”.

Cuando una parte de la izquierda comenzó a rechazar la idea de revolución, para sustituirla por la de democracia, Paz se opuso a la idea. Le gustaba más la interpretación trotskista según la cual la Revolución mexicana se había interrumpido y era necesario continuarla. De alguna manera Paz tenía alojada en su espíritu la idea de una maravillosa revolución permanente que podía aflorar tanto en la poesía como en la política, en el arte como en las instituciones.

Paz se volvió reformista pero era al mismo tiempo revolucionario. Por esto Krauze afirma que “no era liberal, sino un peculiar socialista libertario. Paz nunca dejó de ponderar al sistema político al que había servido. Negar esa historia era negar a la Revolución mexicana”. El poeta hizo un severo juicio del marxismo, del leninismo y del bolchevismo. Sin embargo, señala Krauze, faltaba un acusado en el juicio: el propio Octavio Paz. El poeta se dio cuenta y vivió la crítica como un intento acaso vano de expiar un pecado que, dijo Paz en 1975, “nos ha manchado y ha manchado también, fatalmente, nuestros escritos”.

En 1985 Paz espera que el PRI, en un futuro contexto en el que comparta el poder con otros partidos, vuelva al pasado, a sus orígenes, a la inmensa aspiración democrática de 1910: “Realizar esa aspiración será convertir efectivamente a la Revolución en Institución.” Paz no fue un teórico de la política y por ello nos dejó ideas confusas e incluso contradictorias. El gran valor de sus ensayos políticos está en su poder metafórico, la agudeza con que sintetizaba sus juicios, la belleza plástica de sus imágenes y el gran refinamiento de su escritura. El motor de sus reflexiones políticas radicaba en la búsqueda incesante y en la crítica permanente de la idea de revolución, bajo todas sus encarnaciones. Acaso temía que si abandonaba esta idea se apagarían las luces con las que iluminaba su exploración de la política. La brillante anatomía biográfica de Krauze nos ayuda a comprender que el culto a la revolución dejó cicatrices en el pensamiento de Paz.~

Fuente http://www.letraslibres.com/revista/columnas/conversiones-frenadas

¿Qué haríamos con Goyo? - Por Alberto Abad Suárez Ávila

Gregorio “Goyo” Cárdenas Hernández fue detenido en septiembre de 1942 y acusado por el homicidio de cuatro mujeres: tres prostitutas y la joven de la que estaba enamorado. Los homicidios, cometidos en un lapso de dos semanas, lo convirtieron en el primer “asesino serial” de México. El contraste entre la siniestra forma de ultimar a sus víctimas –sin móviles aparentes– con su dócil y casi timorato comportamiento en otros aspectos de su vida llamó la atención no solamente de la prensa sino de psiquiatras y criminólogos. El doctor Alfonso Quiroz Cuarón, considerado el padre de la criminología mexicana, construyó buena parte de su reputación alrededor de los estudios que realizó a Goyo Cárdenas. Afirma Juan de Dios Vázquez que “la atención puesta al caso en el año de 1942 transformó a Goyo en un ‘hombre-monstruo’, un ‘estudiante-troglodita’ símbolo y producto de una sociedad moderna”.[1]Por los crímenes cometidos, Goyo recibió sentencias que lo confinaban a la prisión de por vida.

Durante su estancia en prisión recibió tratamiento psiquiátrico en el manicomio La Castañeda, de donde se fugó, fue reaprehendido y enviado al Palacio de Lecumberri. Ahí cursó estudios de derecho, se casó, tuvo cinco hijos y fue un entusiasta colaborador de los talleres de oficio de la prisión. Después de pasar 34 años en el Palacio Negro, Goyo Cárdenas fue indultado en 1976 por el presidente Luis Echeverría y aplaudido por el pleno del Senado de la República, en un discurso pronunciado por el entonces secretario de Gobernación Mario Moya Palencia, como ejemplo de “las nuevas ideas regeneradoras de la readaptación social”.

Esa capacidad del Estado para transformar al criminal más peligroso e inadaptado en un miembro ejemplar de la sociedad, capaz de superarse y readaptarse, se consolidó como el paradigma penitenciario mexicano de los años sesenta: la readaptación social era el objetivo último de la prisión.